viernes, 10 de abril de 2020

I-- El principe

 Los majestuosos muros del palacio, tan oscuros como fastuosos, esperan su modesto paso. El rey, intranquilo, desea hablar con él. Tal vez sea algo importante. O no. Quizás, su majestad, aprecie al príncipe solo por su fiel compañía, no para ningún asunto importante.
         Pero no está. Nadie lo ha visto por los jardines cantándole sus penas a las aves que anidan en los añosos pinos del palacio.
         Tampoco en la cocina lo vieron preguntar por los suministros, de los que se encarga celosamente.
         No hay impaciencia. El príncipe es solitario y taciturno. Tiene permitidos esos desplantes, todos saben que en cualquier momento aparecerá con su sonrisa triste y sincera.
         Nadie le teme, todos lo respetan. De su boca siempre se desgajan, para todos, nobles o plebeyos, palabras amables y los consejos nada despreciables de su joven sabiduría, oriunda de sus ávidas lecturas y su mente soñadora.
         Casi nunca sale del castillo y las pocas veces que lo hace, nadie, salvo el rey, lo sabe. Podría decirse que con el paso de los años y ya entrando lentamente en su madurez, se ha ido convirtiendo en un privilegiado prisionero de su labor de honor y compromiso.
          Las habitaciones del príncipe permanecen mudas, como siempre. Conservan el prolijo desorden habitual, no hay testimonio de alguna presencia por, al menos,el último día.
          El rey se impacienta.
          Se ha ordenado un silencio general para poder escuchar sus pasos, su canto, una señal de actividad, pero ha sido inútil. Algún noble, envidioso de la posición del heredero, que ni siquiera es el primogénito, ha aceptado, de mala gana, la orden de localizarlo en las calles y los burdeles; odioso de saber que en su secreta búsqueda no hallará absolutamente a nadie que le hable mal del hijo del rey.
         Se sospecha una causa de su ausencia. No hace mucho su majestad cometió la infidencia de comentar a un amigo que el príncipe esta enfermo.
         Desde hace mucho mas tiempo, el príncipe padece de una tristeza incurable. Son  muchos años en el palacio, como para que un cuerpo maltratado por los inexplicables sacrificios que ha ofrecido a las obligaciones filiales, lo resista.
       Es mucho menos conocido por las personas de la corte que hijo del rey sufre por un amor sin respuesta. Es una desdicha que se ha vuelto mas dolorosa que sussecret enfermedad.
        Transcurre la tarde y un bullicio pasajero da lugar al atardecer silencioso y tenso.
        Tal vez el príncipe, muy cansado, se ha marchado sin decir una palabra. Tal vez su cuerpo exhausto  o inerte yace en un rincón misterioso, de esos que habitúa no pocas veces, del edificio.
        Posiblemente su muda desaparición lo ha dicho todo. Sin chances ni aspiraciones al trono por la increible longevidad del soberano, y la imposibilidad de que su corazón tuviese por fin a su reina,  hrcoohaunamas imposible, ha decidido abdicar el doloroso privilegio de una eterna vida de espera.
       Alguien se ocupará pronto del rey, que como es un hombre fuerte, se sobrepondrá.
       Accidentalmente, vendrá vagamente a la memoria  el recuerdo de nuestro príncipe melancólico.
       Aunque jamás se sepa que sucedió con él. Se confundirá con una sombra más, de las que proyectan en su interior, los muros fastuosos del palacio.


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